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La importancia de los huesos maxilares y alveolares en implantología dental

Los huesos alveolares forman parte de los maxilares y son los encargados de envolver las raíces de los dientes. El buen estado de aquéllos es imprescindible para el éxito de los implantes dentales y éstos, a su vez, ayudan a mantener una óptima calidad de la masa ósea.

Los huesos maxilares son claves para el éxito de cualquier implante dental. Antes de proceder a una intervención de estas características, resulta fundamental conocer la altura, anchura, densidad, volumen y, en definitiva, la calidad del hueso alveolar que va a servir de base y soporte al tornillo de titanio y a la prótesis.

Para que el proceso de osteointegración se lleve a cabo con garantías de éxito es preciso conseguir una adecuada combinación entre cantidad y calidad ósea.

Maxilar superior, mandíbula y huesos alveolares

Los implantes dentales pueden ubicarse en el maxilar superior o en la mandíbula. El primero se caracteriza por ser corto y por tener forma cuadrilátera irregular. Posee dos caras (interna y externa) y cuatro bordes (nasal, orbitario, maxilar y alveolar). Se articula con los huesos propios de la nariz, frontal, lacrimal y malares. Se halla inervado por el nervio trigémino maxilar superior. El nervio alveolar inerva los órganos dentarios.

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Por su parte, la mandíbula o maxilar inferior es un hueso simétrico, impar y móvil que se divide en tres partes: una central o cuerpo y dos laterales o ramas. La porción central llama la atención por su característica forma de herradura. Las ramas son cuadriláteras, más anchas que altas. Poseen dos caras y cuatro bordes cada una de ellas.

Los huesos alveolares forman parte de los maxilares y revisten a los alvéolos en los que se encuentran las raíces de los dientes. Son finos, compactos y presentan diversas perforaciones de pequeño tamaño, a través de las cuales pasan nervios, venas y vasos linfáticos.

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Los huesos necesitan ser estimulados para mantener su vigor y densidad. En el caso de los alveolares, esa estimulación es proporcionada por los propios dientes. Cuando las piezas dentales desaparecen se produce, por tanto, una destrucción progresiva de la masa ósea que las soporta.

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Se estima que la anchura del hueso se reduce alrededor de un 25 % durante el primer año, tras la extracción o caída. La altura también va reduciéndose progresivamente. Obviamente, cuantas más piezas desaparezcan, menor funcionalidad y estética en el hueso alveolar que se halla en contacto directo con la pieza dental y, pasado el tiempo, también en el maxilar correspondiente.

Es por ello que los implantes dentales contribuyen a mejorar la estética y la funcionalidad de la dentadura, pero también a conservar el estado de forma y la salud general de los huesos maxilares y alveolares. Sin embargo, nos hallamos ante la pescadilla que se muerde la cola, porque para proceder a la colocación de un implante es preciso que el hueso que sirve de soporte se halle en buen estado.

En la actualidad, existen avanzadas técnicas quirúrgicas para regenerar o aumentar la masa ósea perdida. Suelen emplearse materiales de relleno como las cerámicas cristalinas, los autoinjertos, aloinjertos, xenoinjertos etc.

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La osteointegración

La osteointegración es un proceso biológico imprescindible a la hora de efectuar implantes dentales. Consiste en la conexión funcional y estructural entre el hueso vivo y un implante sometido a carga funcional. En otras palabras, se trata de la integración definitiva del implante en el hueso alveolar y requiere un período de tiempo que oscila entre los 3 y los 6 meses.

Este proceso fue descrito por el profesor Bränemark en la década de los 50. Cuando la osteointegración ha tenido lugar sin problemas, puede decirse que el implante se halla firmemente unido al hueso alveolar del paciente, reduciéndose considerablemente el porcentaje de complicaciones, contratiempos y patologías.

En definitiva, los huesos alveolares y los maxilares juegan un papel determinante en el éxito de un implante dental. Antes del mismo, resulta crucial readaptar y regenerar la masa ósea perdida, para que las posibilidades de éxito con el implante se incrementen sustancialmente.